Un tren procedente de Jiwu

Un tren procedente de Jiwu

Acaba de terminar el año 2014, con todos sus vaivenes, algunos esperados y otros sobrevenidos, fruto en parte de la capacidad humana de anticiparse, mezclado con la imposible predictibilidad de los sucesos. Ha sido un año de mayor actividad económica, aunque todavía no se han logrado llenar todos los acuíferos secos que ha ido vaciando la crisis económica. Se supone que somos las mismas personas las que empezamos el año que las que lo vemos terminar, con alguna información más y otras desinformaciones originadas por la invasión de datos inmanejables, y no sé si terminamos el año mejores de lo que lo éramos, aunque no conozco a nadie que no lo intente por variadas vías.

Casi al final del año, leí que iba a llegar un tren que venía de Jiwu, una ciudad al sureste de China, con carga de aquel lugar postindustrial y sinceramente pensé que eso tenía truco, y acepté la invitación a su recepción en la terminal intermodal del centro de Abroñigal, de titularidad de Adif y desde hace un mes gestionada en algunas de sus instalaciones por una UTE formada por Renfe y Transfesa (DB Schenker). El tren ha atravesado varios países, además de China y España, han sido Kazajistán, Rusia, Bielorrusia, Polonia, Alemania y Francia. Sin duda, la organización de las piezas ferroviarias es todo un reto en ocho países con diferentes anchos y escasa interoperabilidad entre ellos, pero más aún es el desafío de la organización de las mercancías, y aunar la voluntad para que sea posible que en 21 días se pueda atravesar una distancia mayor que el diámetro promedio de la Tierra. Se dice que ahora se está buscando carga de retorno; pero ¿de retorno de qué?, ¿quién retorna y a dónde? La locomotora y los vagones fueron cambiados por última vez en Irún, los de origen lo fueron en Dostyk, algún cambio más se hizo en Brest, y en Malaszewicze, en Polonia, a tan sólo 3.000 kms de España. Posiblemente la respuesta la encontremos en el equilibrio de flujos y que la organización en un sentido puede tener organización en el contrario, sobre todo si hay dos trenes en semana y pueden al cruzarse los cuatro generar retornos que disminuyan los costes. Llamamos el tren a una organización, es decir, algo invisible que alienta la ejecución del transporte.

Por ello no puedo evitar el recuerdo de aquella paradoja –que usan sobre todo los norteamericanos rememorando las viejas piezas de los antepasados– que llaman la vieja hacha del abuelo, en la que a través de las generaciones se le ha cambiado la cabeza y el mango varias veces, pero aun no conservando nada de la inicial, se la sigue llamando así, el hacha del abuelo. De nuevo, el viejo problema ontológico acerca de quiénes somos. También el ser humano cambia sus células y neuronas cada cierto tiempo (¿siete años?) y seguimos considerando que se trata de la misma persona, o al menos eso se cree cada uno de sí mismo y por eso aún mantiene cada cual recuerdos y amigos de la infancia. ¿Qué es lo inalterable, lo que mantiene la esencia pasado el tiempo? Aun siendo verdad que nadie baja dos veces al mismo río –siendo distinto tanto el río como quien baja–, lo cierto es que hay una permanencia –¿o una ficción?– que permite llamar a cada uno por su propio nombre a través del tiempo.

Este tren que llegó, ha cambiado varias veces de vagones, y otras tantas de locomotora, y otras más de maquinistas, y sin embargo sigue siendo el mismo tren, el JXE. ¿Cómo puede ser eso? El misterio pretendo resolverlo de una manera clásica, abordando dos aspectos. La mayor parte de la carga es el cuerpo del tren, que recorre esos 13.000 kms. y que se ha cambiado de ropaje varias veces. Es el cuerpo de la carga –como en las envíos postales, antiguamente, que cambiaban de caballerías en las postas, así como de mensajero en ocasiones, y seguía siendo el mismo correo, porque lo material era la carta con su misiva escrita–, el cuerpo que atraviesa esas ocho administraciones de infraestructuras ferroviarias diferentes, con sus propias normas de circulación y características técnicas de la red. Se demuestra también que las redes pueden servir conjuntamente cuando se quiere y se sabe hacer bien, aunque la interoperabilidad plena sea lo más deseable.

Por otro lado, el segundo aspecto relevante y definidor, que permite nombrarlo como un tren único, el JXE –y no como ocho trenes en un transporte sucesivo–, es decir, el alma del transporte es el transitario que lo ha organizado y que lo ha ido estructurando, pieza a pieza. Es la mente del proyecto, quien conecta con el propósito comercial de los propietarios de la carga y de sus clientes, quienes hacen suyo el desafío de poner los bienes allí donde tienen valor para otros y por ello pueden ser vendidos.

Porque el transporte no es hoy día sólo la materialidad del acarreo, la transferencia de carga de un lugar a otro, los sucesivos traslados horizontales y verticales de la carga, sino la organización compleja de esa “magia” que hace que lo que estaba en un lugar cercano al Pacífico, aparezca en otro lugar, en el centro de una casi-isla entre el Mediterráneo y el Atlántico. Esa organización es el alma de muchas acciones aparentemente inconexas que probablemente quienes las ejecutan no son conscientes del resultado final que se propone con la conjunción de todas ellas articuladas. Esa organización de servicios, que da respuesta a todos los requisitos del camino, a cánones y peajes, a declaraciones aduaneras, a sistemas ferroviarios diferentes –y que pueden dialogar finalmente entre sí–, esa organización es lo que le da continuidad, nombre y sentido.

Arrancamos este año –que llamamos 2015, igual que llamamos a una estrella la Kepler 186– con la incógnita de siempre, la misma incertidumbre de cualquier momento presente, la misma impropiedad en el conocimiento de lo que nos circunda, la misma inquietud de no tener nada asegurado, la misma ansiedad de no saber cuándo o detrás de dónde se esconde lo que nos acecha amenazante –porque en el fondo de las capas somos algo de otras gentes que se calentaban al fuego en la intemperie de una noche profunda cubiertos de pieles, cáñamo o esparto–.

Arrancamos queriendo cosas, deseando, dibujando quiénes queremos ser en la pantalla delgada de nuestra imaginación, haciéndonos dueños en parte de esos otros presentes por llegar, siendo armadores, arquitectos, ingenieros, juristas, economistas, psicólogos, filósofos, periodistas de nuestra vida que aún está pendiente de ser realidad, y en la que hacemos descansar algunos anhelos, por ejemplo, relaciones que aún no existen, algunos logros, y quizá una pizca de consciencia de que somos porque vivimos en sociedad, y así los demás nos hacen reales, porque vivimos relacionados, porque somos unos para otros, y eso nos da sentido e implica que hay que proyectar un mundo donde no existe la salvación exclusivamente para una persona ni para un pequeño grupo, por lo que ampliar la conciencia no sería un mal propósito para este comienzo de año, y podría ser un buen lema de ahora en adelante.

Fuente: El Vigía
Artículo de opinión de Juan Miguel Sánchez

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